No vale nada la vida… la Tota y su gusto por la música de José Alfredo (VIDEO)

No vale nada la vida… la Tota y su gusto por la música de José Alfredo (VIDEO)

El cinco copas compartió melodías y jugadas con José Alfredo Jiménez, su compadre del alma.

Ayer me dijeron que el corazón de Antonio Carbajal dejó de latir. Males del corazón, comentaron los médicos guanajuatenses sobre el amigo de 93 años. Hombre legendario de Cinco Copas del Mundo, sonrisa franca y viejas anécdotas bajo los tres palos. La última charla la tuvimos en diciembre pasado. ¿Él?, un viejo encorvado y ciego. Comentaba que hace rato que perdió la vista, debido a un golpe en la cabeza que recibió de un caballo en pleno galope. Hace 73 años se convirtió en el portero de la Selección Mexicana, algo que presumió durante dos décadas. Le llamaron La Tota Carbajal y se estrenó en el estadio Maracaná en 1950, donde unos brasileños vestidos de blanco le marcaron cuatro cruces en la frente. Época en que las crónicas se escuchaban en enormes radios de bulbos y los futbolistas tomaban el tranvía para llegar al estadio. En aquella, nuestra última charla, el compadre de José Alfredo Jiménez se imaginaba lo que hubiera ocurrido si ambos hubieran cambiado sus carreras, algo así como el portero José Alfredo y el charro Antonio Carbajal. Una plática con los ojos cerrados.

Lo platicaba la Tota Carbajal, sobre aquel sueño recurrente.

El que aparece bajo la portería mexicana es nada menos que José Alfredo Jiménez. Está vestido de charro y cantando “no vale naada la vidaa, la viida noo vaale naadaaa”. Un sueño que me despierta en algunas madrugadas y en el que clarito veo a mi compadre del alma cumpliendo un sueño roto. ¿Sabías que quiso ser portero de la Selección Mexicana? Te lo cuento.

Nos conocimos en Santa María La Ribera desde chamacos. Yo soy del DF y José Alfredo llegó de Dolores Hidalgo, Guanajuato, tras la muerte de su padre. Yo trabajaba en una librería y él en un restaurante, pero había tiempo para echar cascaritas con pelotas de cuero junto al Kiosco Morisco. Ambos escogimos la portería, jugábamos a ser como el arquero Bonfiglio, aquel militar que fue al primer mundial en Uruguay 30. A mi amigo le decían Josealfredo, así, seguidito. A mí me decían Toño, Toto y al final Tota. Él era tres años más grande, pero yo era más alto.

Cuando nos preguntaban los amigos, ambos respondíamos de la misma manera: ‘queremos ser porteros de la Selección Mexicana y viajar por el mundo’”. Aunque el chaparrito luego contestaba:  ‘También quiero ser cantante’.

Y es que a todos lados llegaba silbando sus propias melodías y escribiendo canciones en pedazos de papel. Cantaba mejor de lo que portereaba, jajaja. Ambos jugamos en el Oviedo infantil. Un día nos fuimos a probar al Club Real España de la Liga Mayor y, para mi buena suerte y su mala fortuna, me eligieron. Ni modo, compadre. Mejor dedícate a tus canciones, le dije con una palmadita en el hombro.

A mí me pagaron mi contrato con 11 balones de cuero y mi compa se vistió de charro y probó fortuna cantando en vivo una de sus canciones en la XEX-AM. Ese año (1948) fui portero suplente en los Juegos Olímpicos de Londres. Josealfredo se dejó el mostacho y apareció nada menos que en la XEW-AM. Si hubiera sido al revés, Jiménez hubiera sido un mal portero y yo un pésimo cantante.

Pero tú me preguntaste de Brasil 1950 y yo contándote de mi compadre. Acomódate, amigo, vamos a volar hacia Río de Janeiro, donde el estadio no se llamaba Maracaná y Pelé todavía era un chamaco de nueve años.

De México sólo existía el antecedente del primer mundial. Después, dos copas sin asistir y la Segunda Guerra Mundial retrasaron nuestro retorno por 20 años. Así llegamos a la cuarta Copa del Mundo, para inaugurar el torneo ante la magia de los anfitriones y, a mis 21 años recién cumplidos, convertirme en el segundo portero mexicano que vivió para contarlo.

Aquel sábado 24 de junio de 1950 acabé con cuatro cruces en la frente. Dos fueron de Ademir, quien terminó como goleador del torneo y los otros de Jair y Baltazar. Algunos periódicos escribieron que pudieron ser 400 goles en contra, pero que el resultado fue decente: 4-0. Para ser sincero, aquellos brasileños se burlaron de nosotros, pues en dos zancadas llegaban hasta nuestra portería y bailando se regresaban a su cancha para tocar el balón.

El técnico era Octavio Vial y recuerdo a compañeros como Antonio Roca, Felipe Zetter, Horacio Casarín, Mario Pérez, Carlos Septién, José Borbolla y Panchito Hernández. El estadio se llamaba Municipal, todavía con obreros trabajando en la construcción, y buscaban bautizarlo, pero no sabían cómo.

A mí nunca me gustó usar guantes de portero, pues ‘gato con guantes no agarra ratón’. Recuerdo que el portero de Brasil me prestó unos y a la primera se me resbaló el balón. Que me los quito y los mando al carajo.

Después fue el 4-1 en contra ante Yugoslavia en Porto Alegre y nos despedimos con una derrota de 2-1 ante Suiza, en el mismo estadio. No teníamos idea de lo que nos esperaba al regreso, apenas el tiempo suficiente para meter las cosas a la maleta y tomar el avión de regreso a nuestra capital.

Sí, tres derrotas, 10 goles en contra y dos nuestros anotados por Ortiz y Casarín. Aun así, yo quedé muy emocionado por vestir la camiseta mexicana y viajar a otro mundo. Apenas regresé a la vecindad de San Rafael, les dije a mis padres, Manuel y María del Refugio, camionero y lavandera de ropa ajena, “quiero jugar otro mundial. Quiero seguir viajando”.

Mi compadre ya vestía completo de charro y brillaba con todo y apellido: José Alfredo Jiménez. A mí me esperaban 20 años bajo los tres palos de México.

Con el tiempo, el Real España desapareció y la Tota llegó al León, donde se enamoró de esta tierra en la que vive. Antonio Carbajal Rodríguez siguió en la portería nacional en Suiza 54, Suecia 58, Chile 62 e Inglaterra 66.

Para el Mundial de Inglaterra llegué ya como suplente, pues Nacho Trelles decidió poner a Nacho Calderón en la portería. Empatamos a un gol ante Francia, perdimos 2-0 ante los anfitriones y empatamos sin anotaciones ante Uruguay. En el último juego, Trelles me dijo de último momento:’Prepárate, vas a jugar’. Así pude cumplir mi quinto mundial en activo y me despedí sin gol en el estadio de Wembley”.

Después de ser futbolista, la Tota se hizo entrenador en los clubes León, Unión de Curtidores, Atletas Campesinos y Atlético Morelia. Tras retirarse, en los años 80, Antonio se fue a vivir a León, donde puso una vidriería y una casa hogar para niños de la calle.

En la vidriería presumía una foto enorme donde él y José Alfredo Jiménez aparecen en un estadio de futbol. Un día tuvo que abandonar sus actividades y encerrarse en la habitación de su hogar.

Hace tiempo que perdí la vista, luego de que un caballo en pleno galope me golpeara en la cabeza. Ya me acostumbré, como antes, a escuchar los partidos sin imágenes. Pero cuando sueño, recobro la vista y vuelvo a mirar a mi compadre vestido de charro y de niños jugando en el kiosco. También reaparece Ademir, me le lanzo a los pies, me esquiva y deja el balón de cuero en las redes.

Soy el único sobreviviente de aquella Selección Mexicana de 1950, tengo 93 años, los dedos chuecos por tanto balonazo y aquí sigo. Como aquella canción de José Alfredo que dice: ‘Y te vas y te vas y no te has ido’”.

Ayer se fue el último sobreviviente de aquella Selección Mexicana que participó en Brasil 50. Le llamaban la Tota Carbajal. El compadre de José Alfredo Jiménez. (Adrenalina)

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